En la casa de don Alejandro Andía Jara (63), contrariamente a lo que dice el conocido refrán, todo se hace por amor a los chanchos. Y es que del medio centenar de redondos y rosados animalitos que posee no solo obtiene los sabrosos chicharrones del domingo.
Gracias a ellos también puede cocinar y tener agua caliente a la hora del desayuno. Y en unos meses espera que sus marranos tengan calefacción en sus corrales… todos los días y sin gastar ni un solo sol.
Esto es posible con lo único que estos animales le dejan después de tantos cuidados, mimos y caricias: sus malolientes heces y orines.
Y es que por años don Alejandro y las decenas de criadores de los 15 mil cerdos del Parque Porcino de Ventanilla estuvieron sentados sobre un banco de oro, sin saberlo. Perdón, literalmente parados sobre la "pequeña camisea chalaca", pero de gas metano. ¿Cómo es esto posible? Pues tiene mucho que ver el calor, la paciencia, el trabajo, pero sobre todo las ganas de hacer bien las cosas.
LA TRANSFORMACIÓN
Y también hay que comenzar por el trabajo sucio. Este consiste, refiere la zootecnista Ana Hummel, encargada del proyecto del Parque Porcino de Ventanilla y la ONG Ciudad Saludable, en recoger la mayor cantidad posible de excretas y orines en cilindros, para luego colarlos y convertirlos en un hediondo puré.
Esta masa ingresará a una manga de geomembrana o biodigestor (ver infografía) por 45 días. Los efectos térmicos de la energía solar y la descomposición orgánica hacen el resto. El gas comienza a producirse, así de simple, como por arte de magia. De la misma manera comienza a escurrirse un efectivo fertilizante natural o guano líquido, llamado biol, el cual hoy es muy cotizado por su efectividad y bajo precio.
Don Alejandro ya comenzó a vender los primeros cilindros de biol a 300 nuevos soles y desde enero, cuando conectó los tubos del biodigestor a su cocina de cuatro hornillas, no ha vuelto a comprar un balón de gas.
"Estoy orgulloso. Dicen que somos flojos, pero yo sólo saqué agua a 25 metros de profundidad del suelo y ahora estoy contento de producir gas", dice mientras juguetea y se da de besitos con la "Serrana", una enorme chancha de más de 100 kilos que está a punto de parir.
EL COMIENZO
Pero para llegar a este final, don Alejandro y los otros criadores de la zona tuvieron que sortear mil dificultades. Hace unos 40 años a don Alejandro y a sus chanchos nadie los quería. Las moscas y malos olores que los acompañan eran repelidos por sus ocasionales vecinos.
Año tras año fueron despachados del Cercado de Lima, Manchay, Cieneguilla y hasta de las inhóspitas faldas del Cerro San Cristóbal. Eran finales de los años 50.
Hasta que llegaron al distrito chalaco de Ventanilla, cuando aún no llevaba ese nombre. De allí nadie volvió a echarlos. Una ley los amparó.
"Descubrimos esto (señala los alrededores con los brazos extendidos) y no había nadie. Impulsamos un proyecto y se hizo ley".
Allí comenzó la multiplicación de los cerditos y ahora llegan a 15 mil. Allí se hizo grande, bajo improvisadas chocitas y en enclenques corrales. Pero la improvisación y la poca preparación en la crianza de los chanchos trajeron consigo enfermedades, el bajo peso de las crías al nacer y su muerte prematura. Eso lo aprenderían después por el miedo a la triquina y a sus secuelas.
LUGAR ENORME
"Este es el Parque Porcino más grande de todo el mundo. Tiene un área de 848 hectáreas. Comparado con los que existen en México, Inglaterra, Cuba y España, esos no llegan ni a la mitad", sonríe orgulloso.
Con mirar desde la loma se entiende de lo que habla este criador de puercos. Al lado de su parcela, detrás de esta, al frente, por todos lados, los chancheros llevan a sus chanchos que se multiplican, se quintuplican y se siguen apareando... una y otra vez.
APRENDIZAJE
"Hace 15 años todos los criadores alimentaban a sus puercos con basura y más basura. Hoy lo hacen con los restos de comida de los restaurantes, pues saben que para producir gas metano las heces tienen que ser solo de buenos alimentos, tampoco pueden tener restos de medicamentos", explica Hummel.
Algún residuo podría alterar la fermentación en el biodigestor que don Alejandro pudo construir con financiamiento de la Comunidad Europea y apoyo técnico de la ONG Ciudad Saludable. Incluso no se produciría el ansiado gas y don Alejandro tendría que correr con su pesado balón de gas a la tienda más cercana. Pese a la alegría del proceso de fermentación que se produce en su parcela, el chanchero (a puertas de ser un empresario) lamenta que esa ayuda solo les haya llegado a él y a otros dos criadores más. "Nos iban a dar más dinero. Unos 100 mil dólares para todo el Parque Porcino, pero el gobierno puso muchas trabas. Querían administrar este apoyo y al final la cooperación se retiró", dice mientras aprieta los labios. No aguanta la rabia de haber perdido esa oportunidad y un mayor desarrollo para el Parque y para aquellos que como él entregaron su vida a los cerdos.
¿Qué necesita ahora?, pues agua, para darles una mejor vida a "Serrana", a sus amigas y a todas sus crías. Con eso estarían mejor cuidadas.
Por lo pronto, don Alejandro sueña con "construir un chalet, una granja, un huerto, quiero mi chacra. Pero cuando cumpla 65 años me jubilo. Ya trabajé muchos años de mi vida. Después me dedicaré a viajar". Pero antes de todo esto también desea cumplir su meta más cercana: exportar carne de chancho enlatada. Lo único malo es que su corazón va a sufrir cada vez que una de las suyas parta al matadero. "Es que yo las trato como si fueran mis mascotas. Yo las quiero, por eso están así de gordas y contentas", dice y a la vez muestra orgullo de las maromas que le enseñó también a "Cholita". "¡Siéntate!, ¡Échate!", le ordena.
Don Alejandro Andía Jara es una prueba viviente de que hasta en el estiércol se puede encontrar la felicidad y el progreso.
Gracias a ellos también puede cocinar y tener agua caliente a la hora del desayuno. Y en unos meses espera que sus marranos tengan calefacción en sus corrales… todos los días y sin gastar ni un solo sol.
Esto es posible con lo único que estos animales le dejan después de tantos cuidados, mimos y caricias: sus malolientes heces y orines.
Y es que por años don Alejandro y las decenas de criadores de los 15 mil cerdos del Parque Porcino de Ventanilla estuvieron sentados sobre un banco de oro, sin saberlo. Perdón, literalmente parados sobre la "pequeña camisea chalaca", pero de gas metano. ¿Cómo es esto posible? Pues tiene mucho que ver el calor, la paciencia, el trabajo, pero sobre todo las ganas de hacer bien las cosas.
LA TRANSFORMACIÓN
Y también hay que comenzar por el trabajo sucio. Este consiste, refiere la zootecnista Ana Hummel, encargada del proyecto del Parque Porcino de Ventanilla y la ONG Ciudad Saludable, en recoger la mayor cantidad posible de excretas y orines en cilindros, para luego colarlos y convertirlos en un hediondo puré.
Esta masa ingresará a una manga de geomembrana o biodigestor (ver infografía) por 45 días. Los efectos térmicos de la energía solar y la descomposición orgánica hacen el resto. El gas comienza a producirse, así de simple, como por arte de magia. De la misma manera comienza a escurrirse un efectivo fertilizante natural o guano líquido, llamado biol, el cual hoy es muy cotizado por su efectividad y bajo precio.
Don Alejandro ya comenzó a vender los primeros cilindros de biol a 300 nuevos soles y desde enero, cuando conectó los tubos del biodigestor a su cocina de cuatro hornillas, no ha vuelto a comprar un balón de gas.
"Estoy orgulloso. Dicen que somos flojos, pero yo sólo saqué agua a 25 metros de profundidad del suelo y ahora estoy contento de producir gas", dice mientras juguetea y se da de besitos con la "Serrana", una enorme chancha de más de 100 kilos que está a punto de parir.
EL COMIENZO
Pero para llegar a este final, don Alejandro y los otros criadores de la zona tuvieron que sortear mil dificultades. Hace unos 40 años a don Alejandro y a sus chanchos nadie los quería. Las moscas y malos olores que los acompañan eran repelidos por sus ocasionales vecinos.
Año tras año fueron despachados del Cercado de Lima, Manchay, Cieneguilla y hasta de las inhóspitas faldas del Cerro San Cristóbal. Eran finales de los años 50.
Hasta que llegaron al distrito chalaco de Ventanilla, cuando aún no llevaba ese nombre. De allí nadie volvió a echarlos. Una ley los amparó.
"Descubrimos esto (señala los alrededores con los brazos extendidos) y no había nadie. Impulsamos un proyecto y se hizo ley".
Allí comenzó la multiplicación de los cerditos y ahora llegan a 15 mil. Allí se hizo grande, bajo improvisadas chocitas y en enclenques corrales. Pero la improvisación y la poca preparación en la crianza de los chanchos trajeron consigo enfermedades, el bajo peso de las crías al nacer y su muerte prematura. Eso lo aprenderían después por el miedo a la triquina y a sus secuelas.
LUGAR ENORME
"Este es el Parque Porcino más grande de todo el mundo. Tiene un área de 848 hectáreas. Comparado con los que existen en México, Inglaterra, Cuba y España, esos no llegan ni a la mitad", sonríe orgulloso.
Con mirar desde la loma se entiende de lo que habla este criador de puercos. Al lado de su parcela, detrás de esta, al frente, por todos lados, los chancheros llevan a sus chanchos que se multiplican, se quintuplican y se siguen apareando... una y otra vez.
APRENDIZAJE
"Hace 15 años todos los criadores alimentaban a sus puercos con basura y más basura. Hoy lo hacen con los restos de comida de los restaurantes, pues saben que para producir gas metano las heces tienen que ser solo de buenos alimentos, tampoco pueden tener restos de medicamentos", explica Hummel.
Algún residuo podría alterar la fermentación en el biodigestor que don Alejandro pudo construir con financiamiento de la Comunidad Europea y apoyo técnico de la ONG Ciudad Saludable. Incluso no se produciría el ansiado gas y don Alejandro tendría que correr con su pesado balón de gas a la tienda más cercana. Pese a la alegría del proceso de fermentación que se produce en su parcela, el chanchero (a puertas de ser un empresario) lamenta que esa ayuda solo les haya llegado a él y a otros dos criadores más. "Nos iban a dar más dinero. Unos 100 mil dólares para todo el Parque Porcino, pero el gobierno puso muchas trabas. Querían administrar este apoyo y al final la cooperación se retiró", dice mientras aprieta los labios. No aguanta la rabia de haber perdido esa oportunidad y un mayor desarrollo para el Parque y para aquellos que como él entregaron su vida a los cerdos.
¿Qué necesita ahora?, pues agua, para darles una mejor vida a "Serrana", a sus amigas y a todas sus crías. Con eso estarían mejor cuidadas.
Por lo pronto, don Alejandro sueña con "construir un chalet, una granja, un huerto, quiero mi chacra. Pero cuando cumpla 65 años me jubilo. Ya trabajé muchos años de mi vida. Después me dedicaré a viajar". Pero antes de todo esto también desea cumplir su meta más cercana: exportar carne de chancho enlatada. Lo único malo es que su corazón va a sufrir cada vez que una de las suyas parta al matadero. "Es que yo las trato como si fueran mis mascotas. Yo las quiero, por eso están así de gordas y contentas", dice y a la vez muestra orgullo de las maromas que le enseñó también a "Cholita". "¡Siéntate!, ¡Échate!", le ordena.
Don Alejandro Andía Jara es una prueba viviente de que hasta en el estiércol se puede encontrar la felicidad y el progreso.
Rito. Cada mañana Don Alejandro tiene que recoger los excrementos de sus chanchitos, trasladarlos en cilindros y luego depositarlos en el biodigestor (que no es otra cosa que una enorme bolsa gruesa). El calor y la fermentación producirán el gas metano que utilizará en su cocina. Al final del día ya puede darse de besitos con su “Cholita”.
Fuente: Diario La Republica (Perú)
Fuente: Diario La Republica (Perú)
1 comentarios:
yo era de quienes no queria nada de champin gas pero al final le he dado una ocasion a los productos alternativos, por ejemplo la leña y el pellet no me convence tanto como usar una estufa de parafina o queroseno para calentarme en invierno, me parece mas eco
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